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El sujeto en cuestión. |
Lo admito: me da una pereza brutal escribir sobre las desventuras del Espacio Andaluz de Creación Contemporánea, antes Centro Cordobés de Creación Contemporánea, C4 para los amigos. Porque escribir sobre él supone retrotraerse diez años atrás. Rastrear hemeroteca buscando -y encontrando sin mucho esfuerzo- declaraciones jugosas, promesas vanas, contradicciones, odas al absurdo. Y aunque yo me río mucho de todo, debajo de esa coraza de ironía y mala leche hay una criatura que siente y padece y sufre ante los temas que dan lástima. Y este en concreto da lástima. Mucha.
Los últimos titulares de la prensa local sobre el tema no distan demasiado de los de hace unos años. "El C4 sigue sin definición X años después del fin de las obras", "artistas cordobeses denuncian la dejadez de los responsables que en su día anunciaron a bombo y platillo que lo íbamos a petar muchísimo con esta historia tan moderna". Porque resulta que desde 2012 el cambio más significativo que se ha anunciado en cuanto al C4 ha sido el de su nombre. Una putada para los periodistas, porque era más fácil meter "C4" en un titular que esa larga e irresumible nueva denominación que se le adjudicó.
Recapitulemos: la idea vino de la mano de la Junta de Andalucía. Corría el año 2004 y Córdoba era una ilusionada aspirante a Capital Europea de la Cultura. "Espera, espera, que esta historia ya la he escuchado yo", me diréis. Pues claro: el interés político en empapar la ciudad de cultura modernita caducó en junio 2011, cuando el sueño de la Capitalidad se partió en pedacitos al estrellarse estrepitosamente contra el suelo. En la recta final de la construcción del edificio, el entonces consejero de Cultura de la Junta, Paulino Plata, visitó las instalaciones para echar un vistazo, comprobar que todo fuera bien, cambiarle el nombre a la bestia y de paso hacerse una foto con los arquitectos y un casco muy chulo en la cabeza.
Por aquel entonces, como es lógico, con un edificio de 12.200 metros cuadrados a punto de terminarse de levantar, ya se preguntaban algunos qué mierda iban a hacer dentro. Y el consejero, tan tajante como absurdo, adelantó lo que no iba a albergar el C4: colecciones permanentes. Pues vale. A menos de 200 kilómetros de Córdoba, en la Cartuja de Sevilla, tenemos un pedazo de centro de arte contemporáneo que ya hace lo que puede con el presupuesto que tiene. Para qué queremos otro aquí. Lo que en realidad queríamos saber, señor consejero, es en qué va a consistir esto que ustedes nos han plantado en Miraflores. Pues en 2012, su sucesor, Luciano Alonso, seguía sin tenerlo muy claro y admitía que la Junta estaba trabajando "en la definición de los contenidos y los contextos", así, tan difuso como suena.
Sucede que en 2013 a la Consejería de Cultura le surgió un nuevo problema: el entorno, los accesos, la zona que rodea al centro, permanecía totalmente salvaje. Esta parcela de terreno no era suya, sino del Ayuntamiento de Córdoba, que planeaba ejecutar su adecuación junto a la del centro de congresos en un proyecto que en un inicio lo situaba en la misma parcela que el C4. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces, y el proyecto del centro de congresos del Ayuntamiento acabó trasladándose al Parque Joyero, por lo que la parcela dejó de ser de interés para el gobierno municipal. Tal vez el Consistorio entendió que aquella zona era ya terreno socialista -o algo así-, tierra quemada, una conquista perdida, y desechó de sus planes acometer el arreglo que los papeles decían que tenía que hacer. Total, una historia de enredo. Al final acabó por cederle el terreno a la Junta para que la Junta pudiera por fin hacer lo que tuviera que hacer con un edificio que, si tuvieran sentimientos los edificios, se sentiría un edificio bastante desgraciado. Así, el Ayuntamiento se lavó las manos y embarcó la pelota del C4 en el tejado de la Junta: una sabia decisión, desde luego. Y la pelota ahí sigue, sufriendo los calores estivales, las lluvias otoñales, la escarcha del invierno y a punto de conocer el colorido mayo cordobés.
Da la impresión de que Luciano Alonso no sabe qué mierda hacer con ese pedazo de mole de hormigón que se yergue casi a la orilla del Guadalquivir, cerquita de la Calahorra, ese tan moderno con agujeritos raros en la fachada. En su lista de asuntos pendientes debe de tener apuntado, entre otras cosas, podar los jaramagos que le han crecido al entorno, urbanizar dicho entorno (pavimentarlo y poner arbolitos, ¿no? yo qué sé), nombrar a un director (mediante concurso público, si no desea ser lapidado) y darle un maldito rumbo a lo que sea que tenga en mente si es que tiene algo. En enero, Alonso mostró su esperanza en que el C4 pueda ser una realidad a final de año. ¿Verán los hijos de mis nietos el C4 funcionando? Desgraciadamente no viviré para saberlo.
Desde mi punto de vista, la cuestión no es ya si Córdoba necesita por encima de cualquier otra cosa un centro de arte contemporáneo -se definan sus usos como se definan- o no. El asunto es que toda esta dramática historia no hace más que poner de relevancia el uso electoralista de los proyectos culturales, que para muchos políticos -no me digáis que todos, por favor- suponen únicamente una medalla que colgarse en la chaqueta. Que en abril de 2014 aún no estén definidos "los usos" de un proyecto que se ideó en 2004 y que parió un edificio que empezó a construirse en 2008 y que actualmente solo sirve para que vivan las ratas es cuanto menos esperpéntico.
¿Entendéis mi pereza?